PHILIP ROTH: "La conjura contra América"

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En noviembre de 1940, Francis Delano Roosevelt, convertido ya en leyenda y referente moral del liberalismo americano por la firmeza de sus posiciones contra la creciente extensión del totalitarismo en Europa y el éxito de las medidas de reactivación económicas integradas en el “new deal”, marca un hito en la todavía corta historia democrática de su país obteniendo un tercer mandato presidencial tras derrotar claramente al candidato republicano Wendell L.Willkie, periodo que pronto se revelará dramática por la necesidad del país de participar activamente en el conflicto internacional tras los sucesos de Pearl Harbor y cuya súbita muerte no le permitiría completar, así como tampoco asistir a la derrota definitiva de la amenaza fascista en 1945. Pero, ¿qué hubiera sucedido en América de haber llegado a la Casa Blanca un gobierno conservador con sintonías mentales con Hitler, predispuesto, si no a participar de manera efectiva y bélica a su favor, al menos a justificar indirectamente su atrocidad con una política de neutralidad o hasta de apoyo logístico?. De esta pregunta nace una auténtica obra maestra de la mixtificación histórica, de la conversión deliberada de la historia en materia de fabulación que casi toda la crítica consideró la última gran obra de Roth tras el retrato, tan implacable como impecable, de la sociedad norteamericana, tanto semita como gentil, en la trilogía integrada por “Pastoral americana”, “Me casé con un comunista” y La mancha humana” y antes de un vocacional abandono de la literatura por motivos que atañen quizá más que a la salud a su coherencia artística y altísimo grado de exigencia personal (mejor no producir nada que no poder alcanzar las cotas de antaño…aunque servidor sigue pensando que últimas novelas como “Némesis”, pese a la frialdad con que fueron recibidas por aquí hasta por devotos-discípulos confesos como Muñoz Molina, en absoluto desdoran la grandeza de una obra impecable que todavía por ahí siguen resistiéndose a redondear con el Nóbel).

Roth elige como personaje central de su admirable inventiva a un personaje real plenamente sugestivo y sintomático de la América de entonces: el aviador Charles Lindbergh, entronizado como héroe civil tras sus viajes trasatlánticos en el “Espíritu de San Luis”, casado con una especie de híbrido entre Amelia Earhart y Eleanor Roosevelt capaz de satisfacer las demandas  idealistas tanto de conservadores como de feministas combativas,  al que se añade ya una pátina de mitificación trágica (el asunto del secuestro y posterior asesinato de su bebé)que lo hace directamente irresistible. Visitante ocasional de Alemania y fascinado por un régimen(en efecto, ni en momentos en que ya no se podía disimular la impiedad de sus “amigos germánicos” quiso jamás devolver la medalla de oro con que le condecoró el ejército germano por sus hazañas en la aviación) que, pese a signos que debían haber puesto en guardia a cualquiera con una mínima lucidez histórica, aún estaba por mostrar sus facetas más siniestras, aprovecha su tirón popular para convertirse en líder del partido republicano, apoyada por algunos de los grandes poderes económicos del país como el del magnate Henry Ford (cuya sintonía mental con el odio al judío nazi fue más que conocida en aquellos años) y, tras una insólita campaña electoral que permite a su autor parodiar los aspectos más grotescos de la “cultura del espectáculo” vargallosiana,  derrotar inesperadamente a un intocable como Roosevelt. Las malas perspectivas no tardan en encarnarse y firma de inmediato un vergonzante tratado de amnistía con Italia, Alemania y Japón, enmascarado en la falacia del “absentismo” para centrar los esfuerzos en la reconstrucción interna del país y evitar a la nación un trauma comparable al del todavía de reciente recuerdo de la Gran Guerra, que Roth va modulando con enorme sabiduría y un admirable sentido de la tensión narrativa. Sin recurrir a sus clásicos “alter-ego”, Philip Roth se elige a sí mismo y su infancia en Newark, New Jersey, en el seno de una familia humilde pero dotada de un admirable sentido de la dignidad moral, para retratar un momento histórico perturbador que se convirtiendo en brecha de división en su propia familia y la misma comunidad judía en la que crece: el rechazo popular ante la mentira endémica  de la Casa Blanca frente a la sumisión de grandes figuras económicas e intelectuales hebreas que confían en la supremacía del clasismo por encima del desprecio étnico (el  rabino Bengelsdorf, el negociante sin escrúpulos Abe Steinheim,  el detestable tío Monty ,nuevo rico de la saga de los Roth que ejerce un repugnante e hipócrita paternalismo siempre vulnerable a cualquier mínima amenaza de alteración de sus propios intereses); el de Alvin, el sobrino huérfano que acabará fugándose a Canadá para de este país integrarse en las fuerzas armadas británicas para desafiar al principal enemigo de su raza… para acabar como tantos jóvenes americanos de su época (lisiado, con un desnortamiento existencial que acabará convirtiéndolo en un parásito y un vagabundo que llegará a provocar incluso el rechazo de su propia familia, carcomido por un odio que expresará simbólicamente en el escupitazo en la cara y la pelea que mantiene años después con el Sr.Roth, al que considera emblema de una generación que lo ha abocado a la tragedia….y durante el mandato de Lindbergh además perseguido, acosado por un FBI que lo considera un “traidor a la patria” que ha luchado a favor de potencias extranjeras y que acaba con cualquier mínimo intento de reintegrarse en la sociedad) frente a Sandy, el talentoso hermano mayor de Philip que acabará siendo víctima inocente de las campañas de disimulo y manipulación dirigidas a anular la conciencia crítica de la comunidad judía sobre su creciente opresión (campañas de jóvenes semista para conocer el país e integrarse en otros contextos profesionales y económicos…tristemente lideradas por las figuras que se supone eran la reserva moral y la cumbre del prestigio de su comunidad) y, más tristemente aún, a acabar enfrentado con su propia familia al alinearse vitalmente con el bando del reverendo Bengelsdorf y la tía Evelyn….y en medio el joven Philip asumiendo por primera vez la ruptura sin vuelta atrás del paraíso de la inocencia y asolado por una incertidumbre ante la que no puede sino balbucear un intento tras otro de huida (los inocentes juegos de “persecución” de desconocidos junto a su amigo Earl, la fuga fracasada tras robar las ropas de Seldon, la última tentativa de escapar a la famosa “ciudad de los muchachos” del padre Omaha en  Nebraska, etc).

Ya apuntada con detalles simbólicos desde las primeras páginas (la sospechosa expulsión de la familia en el hotel durante la excursión a Washington para, paradójicmente, conocer los fundamentos de la democracia y la teórica igualdad ante la ley) y con un “in crescendo” agobiante a medida que avanza la narración (decisiva la cruenta medida de la “dispersión” de comunidades judías con peso económico y demográfico como la de Newark a fin de obligarlos a vivir en lugares donde sean minorías y no puedan constituir un núcleo de ningún tipo de poder que amenace la autoridad de una sociedad dirigida por quienes ya abogan sin apenas disimulo por su progresiva eliminación… instante en que se inserta la conmovedora historia de Seldon, niño cuya fragilidad se ve progresivamente alimentada por el momento histórico que vive y las circunstancias trágicas de su vida familiar (suicidio del padre como consecuencia del estado de postración emocional tras caer en una enfermedad degenerativa) cuya indefensión cobra dimensiones alegóricas cuando su madre es asesinada en un “pogromo” y la familia Roth tenga que hacer un viaje homérico de redención para rescatarlo que afianza la reconciliación de Sandy con sus apellidos y el heroísmo moral de la figura del padre), Roth recurre a dos nuevos hechos ficticios para sellar la definitiva explosión del antisemitismo que ha ido sugiriendo: el asesinato del periodista Walter Winchell, virulento enemigo de la clase conservadora americana durante un mitin popular tras su elección como candidato demócrata a las elecciones dentro de una campaña autofinanciada y a pie de calle tras ser eliminado del emporio de los mass media sometidos por la mordaza del poder y la desaparición tras uno de sus actos públicos en avión del propio Linbergh… hecho cuya auténtica naturaleza nunca llega a aclararse (las dos principales teorías barajadas apuntan a una huida del presidente a Alemania precisamente para suscitar la teoría de la “conjura contra América” judía que sirva de coartada al estallido de violencia antisemita en las principales ciudades del país que retratan las últimas páginas y que pone al país al borde de entrar en la guerra…pero del otro lado tras una práctica declaración de guerra a Canadá, lugar de refugio preferido para los judíos con miedo a represalias y, de manera más novelesca, a toda una campaña orquestada desde el inicio por la Alemania hitleriana por la vía de la manipulación sentimental (conversión del entramado de Lindbergh en un “gobierno títere” tras haber secuestrado y enviado a su país a su hijo pequeño, que todo el país considera muerto en circunstancias trágicas, con la amenaza de llevarlo a una muerte segura en algún frente militar europeo) que acaba en un asesinato perpetrado por sus propios aliados al considerarlo un político con demasiados escrúpulos morales que no ha sido capaz de afrontar la “solución final” que se le exigía y que estaba tiñendo de sangre y vergüenza toda la Europa de la época. Un último eslabón de ambigüedad entre lo real y lo ficticio que es la antesala del retorno al seguimiento al pie de la letra de la verdad histórica: la superación de la inestabilidad con una convocatoria de elecciones que devuelve a Roosevelt al poder… y con ella a la entrada de Estados Unidos en la guerra como momento final del fascismo europeo tras la agresión de Pearl Harbor.


En conclusión, última ocasión que hasta el momento se nos ha dado (y, dada la honestidad de su autor, no hay motivos para pensar que no será así)  de leer a Roth en estado de gracia, como parte del podio de mejores narradores del mundo en que lleva décadas encaramado y… como decía hace poco en facebook, está bien que como lectores les resulte sugerente la deliberada confusión entre la literalidad histórica y su reivención fabuladora…pero, por favor, siempre con escritores como  Roth y no con “códigos Da Vinci” o sucedáneos incluso peores. 

GONZALO TORRENTE BALLESTER: Los gozos y las sombras I: El señor llega

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En el año 1934, en plena inminencia de un conflicto civil que no se cita aunque se pueda intuir su crudeza, se arranca este inicio de una de las sagas más justamente memorables de la narrativa realista española del S.XX, con el retorno del aristócrata Carlos Deza, médico educado en el extranjero, a su pazo nobiliario original en una Pueblanueva que se convierte en otra Macondo o Santa María por su doble cualidad metafórica de la Galicia rural y de la existencia en su conjunto. En medio de una total desorientación existencial en que intenta encontrar el sentido de su vocación y sobre todo de su libertad tras la dominación que le han supuesto la relación con su madre y una experiencia sentimental frustrada, la presencia de Carlos en su tierra parece circunstancial, de pura vacación…aunque en el pueblo ya se ha marcado su destino como pieza fundamental para establecer el pulso definitivo entre el  atávico mundo nobiliario ligado a la tierra, el de los “Churruchaos” (apelativo ancestral de su linaje)  y un nuevo poder burgués que no ha hecho sino recrudecer las situaciones de desigualdad y ha dado a su retorno un perfil casi mesiánico (al que responde perfectamente el título de “El Señor llega”, con su deliberada ambigüedad religiosa, que también remite a la frustración de uno de los personajes centrales, Fray Ossorio, hombre de elevada formación intelectual que debe sufrir cómo las enseñanzas de su maestro, sintetizadas en una obra de igual título a la novela, un decidido renovador ideológico de la Iglesia, son obstaculizadas por las fuerzas vivas que controlan el mundo clerical).  Carlos Deza es un magnífico ejemplo de lo mejor que puede producir la aristocracia española, en su virtud pero también en su infinita miseria:  culto, educado, inclinado de forma innata a la piedad pero también un tanto abúlico, hiperestésico, incapacitado para enfrentarse a lo más pragmático de la existencia…mismamente como un noble de “El jardín de los cerezos” de Chéjov…. y  justo igual que su padre (un hombre asolado por la tristeza de su vida sentimental y lo insípida que le resultaba la vida pública a la que le había abocado su posición que optó por la fuga y la muerte en vida como única respuesta) y de hecho es su decidido alineamiento vital junto a él tras conocer los pormenores de su historia lo que convierte en definitiva, en una salida existencial, lo que en principio había sido un simple paréntesis para reflexionar y “tomar aire”. La excepción de la “casta” la constituye la tía Mariana, amiga y enamorada platónica de su madre, en cuya casa vive y que sí que demuestra voluntad de acción y coraje en su pulso decidido contra la doble moral (el hijo abandonado que tuvo de soltera…) y el nuevo estado de opresión burguesa con el mantenimiento de actividades económicas ( los jornaleros de la tierra, los pescadores) consideradas anacrónica por la soberbia y la tiranía de la modernidad de los nuevos ricos. Y es este rival de ambos, este Cayetano Salgado, una de las mejores creaciones de la novela: un auténtico Jarrapellejos galaico, un depredador social, político, económico y sexual, que recibe como agresión todo lo que no sea una subordinación sin condiciones a sus intereses, que ve en Carlos confrontación donde solo hay un deseo de paz y libertad,  jaleado por una corte de palmeros hipócritas y cobardes que al mismo tiempo que se muestran sumisos desean íntimamente su destrucción (y ponen por tanto en Deza todas sus expectativos de desahogo)…pero curiosamente aquejado por una extraña debilidad que le hace casi sufrir un Edipo de libro por su madre, enojosa encarnación de las virtudes tradicionales de la gran matrona galaica, y el único ser de raza femenina por el que no muestra un palmario e insultante desprecio.


 Con el fondo de este antagonismo, que además de social y político es también personal por las diferencias de carácter entre ambos, Carlos va conociendo un interesante catálogo de caracteres que Torrente traza con mano firme y manifiesta finura y profundidad psicológica: Juan Aldán, ejemplo prototípico de una “dignidad” mal entendida que se convierte en soberbia y lo aboca al parasitismo social, dominado por su obsesión tiranicida hacia Salgado a la vez que sufre la devastación de su problemática vida familiar (el desprecio hacia el padre fallecido que los engendró como “adulterinos”, una madre alcohólica y relaciones no menos difíciles con sus hermanas); su hermana Clara, uno de los pocos personajes del entorno capaz de reflexionar con lucidez y honestidad sobre la que ella considera fatal precipitación a la indignidad (que en Pueblanueva solo puede consistir en ser una más de las amantes de Salgado, claro) e intentar conjurarla en una fascinación erótica desesperada por Carlos; Rosario “la Chalupa”, condenada por la ambición y las ganas de prosperar de su familia a una prostitución al tirano en que el desprecio irá degenerando progresivamente en incluso violencia física; Paquito el Relojero, que cumple perfectamente su rol de “loco que dice la verdad” y oculta una insólita lucidez tras elegir a Carlos como “amo” y rebelarse contra el papel de criado servil y bufón al que le condena su problemática personal, el citado Fray Ossorio o el boticario Baldomero, de ideas políticas y religiosas firmemente conservadoras pero incapaz de afrontar el desprecio que le producen tanto su propia esposa como su sumisión a Salgado y sobre todo la cruda predisposición a la caída en la concupiscencia que pesa sobre él. La brillantez de las partes iniciales creo que se desinfla un tanto a medida que progresa un relato que acaba centrándose casi exclusivamente en  la conflictividad sentimental de Carlos, dolorosamente desgarrado entre la obligación moral y sexual que parece imponerse con sus “dos mujeres”: la una Clara la “esposa”, a la que se ha propuesto decididamente “redimir” pero cuyo rechazo sume a la Aldán en un conmovedor proceso de desprecio de sí misma y afán de perfección personal en que llega a creer que puede convertirse en alguien como su hermana Inés, una de tantas beatas de esa España que buscaban enajenar en la espiritualidad sus insatisfacciones de solteronas, la otra Rosario “la amante”, a la que le conduce un instinto que recrudece sus malas relaciones con Don Cayetano y cuya definitiva resolución carnal solo se sugiere. Dicha ambigüedad continúa en unas escenas finales en que no llega a saberse si Rosario ha llegado a cumplir su proyecto, con “bebedizo” de bruja incluido, de rescatarse a sí misma engendrando un hijo de Carlos o el desenvainado definitivo de sables que supone la escena final de su disputa con Don Cayetano, quien llega a su casa con la firme intención de agredirlo y acaba humillado hasta el punto de tener que reconocer su manifiesta inferioridad intelectual y moral con una tentativa de “pacto” que no es sino el retorno a sus intentos iniciales de anularlo sin necesidad de confrontación (le había propuesto, sin éxito, convertirse en médico de su astillero… un trabajo precisamente de astillero de Onetti) y que, fracasado, no hace más que obviamente avivar su resentimiento. Queda el odio encendido pues para una siguiente entrega y también la devoción del lector…aunque no me gusten las partes de trilogía que no parezcan resultar unidades perfectamente concluidas y ensambladas en sí mismas, a la medida de Nagib Mahfuz o Ramiro Pinilla. 

WILLIAM FAULKNER: "El villorrio"

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Considerada por la crítica punto de partida de la llamada “trilogía de los Snopes” (junto a La mansión y La ciudad), El villorrio, título más representativo imposible de la estética denominada “gótico sureño”, es quizá la novela perfecta para adentrarse en el complejo mundo narrativo de Faulkner, su forma de narrar, sus personajes y temas obsesivos, debido a que carece de la audacia experimental de otros de sus clásicos y el mayor acercamiento a un concepto de novela realista tradicional, salvando fragmentos y hasta capítulos enteros que remiten a su peculiar  hermetismo, hacen asequible irse familiarizando con las costuras de uno de los universos narrativos más fascinantes y posteriormente imitados de la literatura del S.XX. 

Hace grande esta novela, entre otras muchas razones, el talento (a veces excesivo y demasiado moroso en detalles) de Faulkner para la descripción sugestiva y la hilazón de lo atmosférico pero sobre todo su capacidad para hundir las raíces en una tierra despiadada, un nido de víboras tomado por personajes que rezuman sordidez, codicia y la más absoluta falta de empatía y compasión y se convierten en alegorías implacables del mal y la vida como lucha encarnizada del ser humano contra sus peores instintos. Los Snopes, a los que la secreta piedad y el gusto por la complejidad psicológica de su autor aún reserva algún ángulo en que pueda filtrarse la compasión de algún lector predispuesto a ella (se nos narra en la primera parte el proceso de degeneración humana del patriarca, Abe, en principio un “buen hombre” a juicio de Ratliff, que pasó su infancia junto a él, quien se transforma en un desalmado tras sufrir sucesivas humillaciones como las estafas de un tratante de caballos sin escrúpulos ante el que, para redondear la deshonra, tendrá que ir a defenderlo…su propia mujer: mucha más vergüenza de la que permite el estado patriarcal y misógino impuesto en el secarral sureño) tienen que recurrir a la violencia explícita o la amenaza para lograr sus fines crematísticos o ejercer sus turbias manipulaciones, de hecho apenas hablan, emana espontáneamente de ellos un aura de perversidad que coarta progresivamente la libertad y el valor de los que se convierten en víctimas suyas y va estrechando la soga de ahorcado sobre la humilde población en la que recalan tras dejar tras de sí una memoria aterradora de engaños y venganzas mezquinas: progresivamente, Ab y sobre todo su hijo Flem irán cercando y apoderándose del patrimonio y sobre todo de la voluntad de la familia Varner, casta de terratenientes liderada por el anciano Will y su hijo Jody (que apenas merece compasión tras ser estafado por su falta absoluta de escrúpulos) en un goteo angustioso que confiere una perfecta atmósfera de tensión al relato: primero el almacén de víveres y la desmotadora de algodón, después la herrería, más tarde la escuela… y el golpe maestro que supone el matrimonio de Flem con Eula, hija menor de los Varner, un personaje fascinante por su capacidad, desde un físico a priori poco atractivo y desde una parquedad y falta de encanto personal parejo al de su futura familia política, suscitar auténticos delirios y éxtasis de deseo carnal que puedan llevar incluso a la locura de los anímicamente más frágiles (impresionante el relato de Labove, joven de familia humilde que hace extraordinarios esfuerzos para conseguir unos estudios universitarios y que finalmente tendrá que abandonar su puesto en la escuela después de que su obsesión carnal por la alumna le lleve hasta el borde mismo de la violación y el abuso) y que le acarrean su propia “deshonra”…de la que la rescata Flem con un matrimonio de conveniencia en el que gana el último arresto simbólico de aún quedaba a la dignidad del cacique: la propiedad, ya casi en ruinas, de un antiguo colono francés en que se cifraban las raíces de la comunidad, hecho alegórico de cómo los Snopes no solo han conseguido mediatizar el presente y futuro de la comunidad sino su mismo pasado.

Entre la crónica del arribismo de los Snopes, historias y personajes que nos dejan el sabor al Faulkner más auténtico e incisivo: mejor incluso que el Beny de El ruido y la furia resulta el retrato del mundo psíquico y afectivo de un oligofrénico en Isaac Snopes, obsesionado con la vaca de un vecino que finalmente se resignará a regalársela…suscitando una situación en que se pone de manifiesto la perversión íntima de los Snopes (en este caso la del primo Lump, uno de los más repulsivos ejemplares de la raza), cuya vileza se sobrepone al espíritu de casta o defensa de la honra de los consanguíneos que se supone el centro emocional del hombre sureño cuando llegan incluso a vender entradas para convertir en espectáculo público las relaciones zoofílicas que mantiene el disminuido psíquico con el animal de sus pasiones. Inequívocamente faulkneriano es también el tema de la agresión y el proceso psicológico de culpa y redención, impecablemente retratado en el personaje de Mink, quien tirotea a sangre fría a su vecino Houston por unos problemas de lindes y ganado que le habían hecho llevarlo al juzgado y después, soportando el acaso de su mujer y de los parientes que pretenden su huida no por compasión sino por su propio afán de especulación crematística (pretenden descubrir un dinero oculto de la víctima para asegurar la fuga de su familiar pero también para repartirse el resto sin ningún escrúpulo antes de que sea localizado y requisado por la policía), mostrando una firmeza en el sentido de culpa que no cejará hasta su detención, estancia durante meses en la cárcel del condado y finalmente confinamiento a una condena perpetua de trabajos forzados.

El último capítulo del libro, “Los campesinos” nos dejado el retrato aterrador de la últimas maniobras de estafa y manipulación realizadas por Flem en el “villorrio” antes de desaparecer para siempre junto a Eula y una niña pequeña que, dada la unión de genes, no puede sino ual desgarro y la miseria a su triste esposa y sus hijos pequeños…mientras que Flem ni siquiera acudirá al juicio posterior desarrollado en la comunidad, del que sale inexplicablemente “ileso” como expresión de su nulidad para la empatía y su desprecio para con la totalidad del género humano. Y su última vuelta de tuerca será un engaño con planteamiento de una inteligencia retorcida y maquiavélica llevada al extremo: fingir, cavando incluso durante noches en la propiedad y escondiendo monedas modernas falsas, que hay un tesoro ancestral de metales preciosos en la finca del francés que arrebató a los Varner para aprovecharse de la desesperación de unos (el citado Armistd) y de otros teóricamente lúcidos e inteligentes como Ratliff (hasta entonces, debido a su antiguo conocimiento de la familia Snopes, una especie de “voz de la conciencia” para la población que les prevenía de sus trampas y abusos) pero finalmente superados por su inclinación a la codicia y el deseo de acabar con la mediocridad y la rutina de sus vidas (Ratliff es un vendedor ambulante de máquinas de coser que son todavía demasiado novedosas para no ganarse el recelo de una comunidad tan reticente a cualquier tipo de novedad tecnológica o intelectual como el profundo sur pantanoso). Asoladora esa última estampa de Henry Armistd, revelada ya la estafa e instaurado el desencanto definitivo, cavando y cavando con la razón perdida e insensible a cualquier apelación racional… última imagen de la desolación a que ha llegado el poblado tras ser arrasado por la inhumanidad y falta de escrúpulos de una raza que, desde luego, merece como poco una trilogía por la culpable fascinación que suscita.


Como detalles anecdóticos finales, dejar constancia una vez más de la impronta que dejaron obras como esta en quienes no solo los leyeron sino supieron profundizar en su mismo tuétano y utilizarlos como materia primera de la configuración de su propio universo narrativo. El ejemplo perfecto no podía ser otro que Ramiro Pinilla, que lo imita en este y otros tantos detalles pero que con el tiempo será reconocido como un autor de sus mismas extraordianrias dimensiones: cómo no comparar el comportamiento e incluso la forma hablar de Ella de la trilogía “Verdes valles, colinas rojas”) en su confrontación con los caciques vascos de su comunidad con el pulso Snopes-Varner que es el hilo central de esta novela. Y que “El villorrio” ha recibido algunas críticas por ser un “refrito”, una utilización de cuentos y materiales narrativos previos del autor no utilizados en libros y solo conocidos en compilaciones como la de sus “Relatos inéditos” que conocí por medio de la traducción de Anagrama. ¿Cuál es el problema? No plagia en ningún momento, reutiliza su propia inventiva, sus caracteres, espacios y líneas argumentales, los estructura perfectamente hasta hilar un relato redondo y coherente y sobre todo…¿puede concebirse una base mejor para poner en pie una novela que un relato de William Faulkner?. 

E.L.Doctorow: "La gran marcha"

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Adoro las novelas sobre mundos flotantes, grietas de la historia en que se entreabre la ilusión de crear un mundo nuevo antes de que nuestra organización social y política muestre su terca inmutabilidad, que es tanta como nuestra tozudez en persistir en el error.

 En el año 1864, el ejército del mítico general unionista Sherman, del que estás páginas ofrecen un agudo análisis psicológico, avanza en marcha hacia el Sur esclavista e insurrecto. Y a su paso se van trenzando un buen número de historias humanas apasionantes: como la de Pearl, hija bastarda y mestiza de una esclava negra y uno de tantos terratenientes sureños que se verán obligado a desbaratar sus haciendas y huir prácticamente con lo puesto, que acabará siendo “tambor” del ejército de Sherman y enfermera a la vez que afronta el conflicto del sentimiento de culpa por haberse posicionado con el elemento “blanco”, la parte de su adn con que su corazón le prohíbe alinearse debido a su conciencia de marginada social, pulso que solo conseguirá apaciguar a través de la redención que supone la maternidad y la adopción de un niño negro huérfano, el mismo que había obligado al periodista inglés Pryce a replantearse su voluntad de retrato objetivista de una realidad ajena hasta el compromiso con los más débiles. O la de Mattie Jameson, soberbia cacique algodonera a la que la guerra obligará a una participación en el bando contrario por supervivencia, y sobre todo, a enfrentarse a su mayor terror, el de estar sometida a Pearl, la hija bastarda de su esposo, cuya existencia concibe como la viva muestra de la hipocresía del mundo falsamente privilegiado en que ha crecido. O la de Emily, hija del juez sureño cuya participación en la guerra a favor del bando en principio contrario crece al mismo ritmo de su pasión estéril por el médico de campaña Wrede Sartorius, un corazón imposible de abordar y vencer por su fascinación solipsista por la ciencia y la progresiva insensibilidad, puramente autodefensiva, a que va conduciéndolo su contacto diario con la atrocidad del conflicto.

Pero sin duda el centro de gravedad narrativo y emocional de esta magnífica novela es la comunidad negra, que sirve a Doctorow para tranzar una de las mejores reflexiones sobre la  naturaleza paradójica de la libertad que jamás haya leído. Ser libre, como todos sabemos, es un don, pero como tal es también un acto de responsabilidad que puede ser imposible de asumir si se ha crecido entre la anulación de la voluntad y la energía de la autoconfianza que supone afrontar la vida. Y por eso la comunidad negra, libertada por primera vez por los soldados unionistas, siente este logro casi como una maldición que desbarata el entorno, cruel pero a la vez seguro en su brutalidad, en que ha vivido y solo es capaz de enfrentar su incertidumbre siguiendo como un animal indefenso al ejército norteño para sumirlo en una dramática contradicción: la de que aquello que supone el aliento idealista de su lucha sea también un enorme problema a nivel puramente pragmático que amenaza con conducirlos a una derrota que acaba reforzando o convirtiendo en definitivos los grilletes recientemente arrumbados.

Resulta igualmente reseñable la presencia de personajes y líneas argumentales que ponen en contacto la novela de Doctorow con la más primigenia tradición narrativa norteamericana que, además, es contemporánea de los hechos históricos que se retratan. Y ahí están los caracteres que remiten a ese fondo realista y “picaresco”, el mismo que convierte nuestra narrativa y la yanqui en criatura simétricas, como la peripecia de Will y Arly, sometidos a un vértigo sin otro objetivo que la supervivencia más literal a través de una sucesión de traiciones, falsas alianzas y cambios de uniforme hasta que se revele el destino particular de cada uno: el del primero, la fatalidad; el del segundo una progresiva degeneración moral que le lleva al asesinato y progresivamente a la locura a través de la fabulación de vilezas inverosímiles como la de asesinar al mismo general Sherman utilizando la peculiar coartada de un carromato de fotografía que va capturando instantáneas del Sur abrasado en el odio fratricida…. como haría años después otro enorme tótem literario forjado en este mismo entorno literario y humano: una tal Eudora Welty.


En definitiva, un clásico con visas de imperecedero de la última narrativa norteamericana, reconocido en su día con el prestigioso premio Pen/Faulkner de 2006, que me desvela la grandeza de un autor que junto a Roth, McCarthy u Oates engrosa la nómina de los norteamericanos más perentoriamente merecedores del premio Nóbel….pero que sea ya porque, por desgracia, no parece posible que puedan estar entre nosotros mucho tiempo más.   Yo lo acabo de conocer… y ya era hora después de tantas apelaciones sabias a su acercamiento, ¿alguien me cuenta y me recomienda algo más de él?. 

JOHN KENNEDY TOOLE: "La conjura de los necios"

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Gran, y lo que es más difícil aún, perpetuo “best seller” de las letras norteamericanas contemporáneas, el final prematuro y trágico de la carrera de Kennedy Toole (cuya obra sólo se integra por otra breve novela anterior, La biblia de neón, al parecer de peor calidad pero igualmente estimable) y las peculiares circunstancias de su edición (aquel peregrinaje de la madre de editorial en editorial hasta quien tuvo el pleno acierto, comercial y estético, de darla a la luz…más meritorio aún si damos por sentado el supuesto fondo autobiográfico del libro) añaden el punto de mitomanía imprescindible que puede convertir una novela en carne de leyenda. 

Parte del peso específico de estas páginas está, por supuesto, en su protagonista, uno de esos caracteres (como Don Quijote, Hamlet…o  Homer Simpson) que han superado el ámbito de la ficción que los vio nacer para convertirse en encarnación, y hasta arquetipo, de una forma de personalidad humana. Inconfundible ya desde su propia indumentaria (esa gorra de cazador con orejeras que es más parte de su cuerpo que de su atuendo y que le acompaña  insensible a los cambios climatológicos o estacionales) o las aberraciones científicas de su cuerpo (¿qué significa realmente eso de la válvula?), Ignatius J.Reilly, sociópata, onanista convencido, misántropo, devoto de la única fe sobre la progresiva decadencia de la raza humana desde la Edad Media (Boecio y la monja Rosvita son sus autores de referencia y algunos de sus pocos puntales espirituales), tras un paso por la universidad (que se recrea indirectamente como parte del esperpento por medio de la transcripción del trauma psíquico perenne que ha dejado en el doctor Talc, uno de sus sufridos docentes, víctima incluso de filípicas encendidas que son casi amenazas de muerte) que creó la ficción, tempranamente desecha, de una integración más o menos (más bien menos) convencional en el tejido social, vive en su casa, perpetuamente en el paro (salvo sus accidentados paréntesis laborales en la oficina,  trabajo al que se ve obligado a someterse tras la deuda contraída en el accidente de coche del primer capítulo y del que consigue ser despedido tras falsificar una carta con amenazas a nombre del dueño e incluso escenificar una tentativa grotesca de motín con un pretexto tan peregrino como su cruzada por integrar a los homosexuales en el ejército para así arrumbarlos desde dentro con fines pacifistas ,  o el puesto ambulante de salchichas que, tras una sucesión de hechos a cual más surrealista, acaba accidentalmente implicado en los negocios turbios de Lana Lee), con una madre a la que detesta profundamente e intenta herir con un calculado sadismo, acosado por las cartas de Myrna Minkoff, lo único que ha tenido en toda su vida similar a una novia o una amante (¿realmente llegaron alguna vez a follar pese a la decidida promiscuidad de corte tanto filosófico como instintivo de esa inmejorable caricatura de la feminista furibunda radical de verbo profético y seguro pelo en el bigote y los sobacos?) e inmerso en la inacabable tarea intelectual de una larga y furibunda diatriba filosófica contra la sociedad occidental (cuyos párrafos, cual palimpsesto superpuesto al hilo narrativo central, permiten a Toole mostrar un talento para la parodia literaria que no parecen tan lejos ni de Cervantes ni de Joyce).

 Un personaje de tal calado, que justificaría por sí mismo no ya una novela sino toda una obra literaria (y así lo hace, tristemente) se ve enriquecido, además por toda una “troupe” que permiten a Toole exhibir su maestría para el auténtico humor por su talento para entreverar tantas dosis de distorsión grotesco como de apelación a la compasión humana más conmovedora( de hecho, no parece casual que el final de la novela reserve algo positivo para todos los personajes cuya única tara es la de la excentricidad o la debilidad pero en absoluto la maldad)  que justifica el glosarlos, aunque sea brevemente,  uno por uno: el patrullero Mancuso (personaje que llegó a dar nombre incluso a un grupo musical de rock independiente famoso entre la parroquia indie en los años ochenta), sistemáticamente humillado tanto en su trabajo como en su vida personal, por su caótico entorno familiar y una actividad laboral en que sus disfraces se sumen a lo intrínsicamente inútil de las misiones y tareas que le encomiendan; la misma señora Reilly  que llega a sugerir compasión hasta que se vaya revelando progresivamente una “sin-sustancia” deseosa de ser engullida por los convencionalismos y la moral podrida e hipócrita del típico americano votante del partido republicano y afiliado a la asociación del rifle, después de sucumbir a las ramplonas estrategias celestinescas de Santa Battaglia (tía del citado Mancuso) y prometerse con el señor Robichaux, encarnación repudiable de todo el fanatismo ideológico de los peores años de la “caza de brujas”  (¿establece Toole algún tipo de juego paródico con la típica novela de folletín (o de las novelas de Dickens, sin ir más lejos y por citar una lectura e influencia más plausible) al utilizar el recurso del personaje que reaparece posteriormente (Robichaux es el anciano que aparece al comienzo de la novela para defender a Ignatius de su detención por la policía) y solo entonces revela su plena identidad?); el joven negro Jones, quizá una hipérbole humorística (¿un “tío Tom”, conociendo la connotación peyorativa del término a partir de la cuestionable ideología de la novela de Beecher Stowe?) del hombre de color bientencionado  pero convertido en carne de cañón por los prejuicios sociales y la escasa autoestima que en él han provocado, tan acuciante como su deseo de una integración social que parece cada día más utópica; muy similar a Darlene una pseudo-prostituta tierna, mujer frágil e insegura, como recién salida de una obra de teatro de Miguel Mihura o de un cabaret berlinés de Isherwood, en su lucha por hacer valer un talento artístico que lamentable no tiene, ambos oprimidos  la pérfida Lana Lee sucia arribista llena de patéticos ansias de presunción y poder cuya ambición (que le lleva a implicarse en actividades delicitivas como la de los “sobres para los huérfanos”, coartada para un tráfico de pornografía) degenera en una terca explotación económica y humana de los demás; el señor Levy (pilar, junto a su pareja, indispensable de la sátira del matrimonio como consumación de la vida inauténtica que aparece en tanta de la mejor narrativa yanqui de las últimas décadas) , casi un dueño de astillero “onettiano” en su afán por mantener a flote una empresa ruinosa y hace tiempo anulada por la competencia y, para colmo, sometido a la opresión continua de su esposa, cuya “filosofía” de vida es, aparte de la tortura sádica de un cónyuge al que no solo ama sino considera un mindundi y fracasado, esa visión pervertida de la virtud (conservadora, católica, de tía Tula unamuniana multiplicada por dos o por tres) que convierte la caridad en una negación de la justicia y un alimento del propio ego, a costa de la señorita Trixie, el personaje más conmovedor de todo el elenco, anciana octogenaria convertida en objeto de las disputas de los Levy que ya hubiera querido para sí Arniches como protagonista de su “señorita de Trevélez. 

El final de la novela, precipitado en un vértigo creciente de concatenación de sinsentidos que haría parecer equilibrada y seria un film de los hermanos Marx, deja otros tantos momentos impagables como el frustrado número musical de Darlene interpretando a una dama sureña con una cacatúa, el desmayo en la calle y posterior ingreso en el hospital de Ignatius…pero también un momento conmovedor con los quince escasos minutos de gloria o al menos abrillantamiento efímero de la dignidad de Mancuso (algo de suerte también para Darlene, que al menos consigue un contrato tras la escena…haciendo bueno el dicho de que la publicidad (su grotesco número y consecuencias posteriores salen en el periódico de la mañana) aunque mala siempre es buena) tras conseguir descubrir, de manera completamente accidental, la trama ilegal en que se hallaba implicada Lana. Magnífico también, por el efecto de sorpresa y la estructura de “ópera abierta” que consigue, la aparición final cual “deus ex machina” clásica de Myrna para salvar en el último momento al protagonista de su seguro ingreso en un centro psiquiátrico (tras la rendición definitiva de su madre a las maniobras de su alcahueta y prometido y, en otro plano, la persecución a que lo somete el señor Levy tras descubrir sus manejos en la fábrica…enredo que al final se resuelve favorablemente cuando la señora Trixy mienta atribuyéndose la carta… y consiguiendo así la enajenación de su tirana en que encuentra la puerta a su merecida libertad)…algo que nos deja salivando tristemente con la fabulación de otra novela, de seguro tan magnífica y divertida como la presente, que ya nunca podremos disfrutar.