CHRISTOPHER ISHERWOOD, "Adiós, Berlín"

2 comentarios



Isherwood es uno de esos escritores que presenta un perfil biográfico y artístico que no pueden sino atraer de inmediato: británico cosmopolita, amigo de Auden (con quien llegó a escribir obras en colaboración), de una permanente inquietud intelectual que le llevó a militar en ideologías tan dispares como el comunismo y el hinduismo espiritualista de sus últimos años (llegó a escribir una biografía de Bhagavad-gita), de obra breve pero excelente en la que despunta la Trilogía berlinesa (amén de la homoerótica Christopher y su gente) que inicia esta novela y que dio base argumental a películas tan conocidas como Cabaret. Genial desde su misma indefinición genérica (la obra se podría leer como una colección de narraciones breves interrelacionadas pero a la vez autónomas entre sí y a la vez como una novela gracias a los hilos de coherencia temática y estilística que existen entre ellas), el libro combina la mejor literatura autobiográfica con el atinado retrato de la decadencia de una cultura y un entramado histórico, el Berlín (y por extensión toda Alemania) de entreguerras, en el que se empieza a descomponer una superficie fascinante de bohemia, vida nocturna y efervescencia cultural bajo el cual se ha ido labrando, de forma casi inadvertida pero implacable, el monstruo del totalitarismo cuyas consecuencias no hace falta glosar. Este proceso concreto de corrupción social y política está perfectamente dosificado por el autor: se apunta ya en la primera parte del Diario berlinés(en la que Christopher contacta en una pensión con varios personajes del mundo nocturno, prostibulario y pseudocultural de la ciudad, por medio de personajes como la cantante Fraulein Mayr capaz ya de actos de extremo sadismo contra los judíos que aún quieren emascararse con “motivos personales”… parte en la que, por cierto, mejor se aprecian las cualidades descriptivas y poéticas del estilo de Isherwood (“maestro en la construcción de la frase y del párrafo, con un infalible sentido del ritmo y del fraseo narrativo”, lo califica acertadamente  Javier Alfaya) que luego se echan un tanto de menos y reparecen plenamente, en otro acto de coherencia estilística, en la parte final del diario), se sostiene mediante personajes aislados como el médico  de En la isla de Ruegen y el Lothar de Los Nowak, caso especialmente aterrador por ilustrador la capacidad del fascismo para seducir a personas esencialmente bondadosas, con sentido de la responsabilidad civil aunque escasa inteligencia que se convierten en verdugos a los que apenas se les puede reprochar nada por ser decididamente bientencionados, tiene su ejemplo más sangrante en el asesinato del empresario judío que se narra en Los Landauer (a mi gusto, y a pesar de su trascendencia para el conjunto de la narración, la parte menos lograda del libro) y culmina en la agobiante sensación de derrota, punteada de escenas de creciente violencia e inhumanidad,  que transmite la última parte, tras la que solo queda el abandono de la ciudad por parte del autor entre el más absoluto desencanto. Redondean el conjunto dos “novuelles” perfectas y plenas de emoción: Sally Bowles, (que reparece como “personaje de reparto” en la parte de los Landauer, en una suerte de “nudo balzaciano”), desnortada niña bien inglesa, el personaje que más justificada fascinación ha despertado entre el reparto de la novela de Isherwood, comparable (en perfil humano e impecabilidad de su retrato ) a una Holly Hunter de Truman Capote, muchacha esencialmente bondadosa, llena de espontaneidad e ingenuidad encantadora, cuya fragilidad y nulo talento artístico, pese a sus delirios de diva, la aboca a una vida no explícitamente asumida (pero finalmente efectiva) de prostitución y dependencia de los hombres (edificante episodio del millonario que la seduce, y en parte también al propio Christopher, para finalmente abandonarla), que entabla con el escritor una relación de sentimientos ambiguos y llenos de alternativas (el rencor  y hasta el afán de revancha, dejándola en manos de un timador y arribista a la caza de jóvenes con ansias de triunfar, de Christopher tras ser depreciado por ella en uno de sus momentos de envanecimiento ) hasta que desparece, disolviéndose en el aire de provisionalidad que envuelve su existencia y En la isla de Ruegen, otro inquietante retrato de joven adinerado lastrado por inseguridades y traumas personales alimentados en la familia, las instituciones educativas y el conservadurismo cultural (más complejo e interesante que los perfiles más planos de niños pijos y caprichosos que había tenido Isherwood como alumnos de inglés en la primera parte de la novela) que entabla una relación homosexual de dependencia patológica con Otto, bisexual, vividor y hedonista que se venga continuamente del acecho y el amor castrante del otro en una recaída continua en el desprecio y la infidelidad hasta el abandono definitivo, motivo que enlaza con Los Nowak, un memorable aguafuerte de histeria doméstica (alcoholismo, intensas relaciones filiales de amor y desprecio, rendición al efecto manipulador de las ideologías fascistas en el citado caso de Lothar) narrado durante la estancia del escritor en la casa del joven que va apuntalando el ritmo de agobiante desesperanza que ya no decaerá hasta la conclusión del libro. ¿Algo más que se pueda añadir para rubricar la sentencia de “obra maestra”?: sí, que la traducción la realiza Jaime Gil de Biedma. 

LORENZO VILLALONGA: "Bearn o la sala de las muñecas"

1 comentarios


No decepciona en absoluto este libro de culto de las letras catalanas (que debía, si es que no lo es ya, de serlo entre las peninsulares en conjunto) que muestra una vez más la fascinante capacidad de estos escritores de poner un pie en la pura vanguardia narrativa y otro en el realismo decimonónico de factura más exquisita. Villalonga fue un personaje peculiar, amigo de Cela (autor del prólogo), médico psiquiatra de profesión (son muy frecuentes los caracteres que caen, de forma más o menos intensa, en la enfermedad mental), gran animador de tertulias literarias, articulista en prensa, conservador pero a la vez enemistado con el falangismo más rancio y autor de una amplia obra narrativa que merece ser leída casi en su totalidad (muy atrayentes títulos como Muerte de una dama o Falsas memorias de Salvador Orlán) que en su día pasó totalmente inadvertida, al margen de su entorno mallorquín, quizá porque su manera de entender la narrativa resultaba anacrónica en unos años en que los escritores españoles intentaban demostrar que eran capaces al tanto de las novedades formales de la literatura europea o norteamericana (muy significativamente, la edición del Nadal al que Villalonga presentó esta novela la ganó El Jarama de Sánchez Ferlosio).

Utilizando la vieja técnica epistolar (el relato es una carta remitida al secretario de un cardenal tras la muerte de los señores Bearn) y la perspectiva del capellán Juan Mayol, que introduce en la narración su visión del mundo pacata y conservadora pero también una espiritualidad peculiar llena de claroscuros (su origen en un oscuro episodio del pasado, la muerte de otro protegido del señor de Bearn en que tuvieron parte sus celos, la imparable fascinación erótica por Xima) y una fascinación por una figura aristocrática cuya inmoralidad y espíritu independiente le crea repulsa y admiración a partes iguales, la novela triunfa como relato excepcional del modo de ser aristocrático en el inolvidable personaje de Antonio o “Tonet” Bearn: su mezcla de posicionamientos sociales y políticos conservadores con la inmoralidad y libertinaje que se le presupone al autentico noble, muy honesto por negarse a aplicar la ley del embudo (muy significativo el pasaje en el que defiende el derecho del pueblo a celebrar el carnaval y tener momentos de disipación carnal como actos de liberación que contribuyen a redondear el orden jerárquico frente a los curas timoratos) y el único, por  preocupación intelectual, (muy significativas sus lecturas de autores liberales y su afición a los inventos y la tecnología, que le granjean su divertida reputación de hombre “satánico”) en ser consciente de pertenecer a un modo en rápido proceso de extinción, con una conciencia más aguda que la del conde protagonista de El gatopardo de Lampedusa, la novela con la que tantas veces se relacionó a esta (las semejanzas son superficiales, si profundimos en el sentido de ambas no son tantas) y que el propio Vilallonga tradujo al catalán. Durante su juventud, Don Antonio vive su peculiar momento de inmoralidad y transgresión social bajo la invocación del Fausto de Goethe (símbolo, ante todo, del inconformismo ante los límites de la vida) con su fuga a Paris, donde mantiene una relación carnal incestuosa con su sobrina Xima, aparente femme fatale cuyo arribismo económico y sexual se va revelando más fruto de la ingenuidad que de la ambición propiamente dicha. Tras conseguir el perdón de su esposa, la más plana e insugerente Maria Antonia, encarnación de la virtud y la dignidad aristocrática y evitar un nuevo intento de seducción de Xima que su conciencia de vejez ya no puede aceptar,  Tonet firma su rendición aceptando la vuelta al orden conyugal y la quema de sus libros “heréticos” para conseguir la tranquilidad de ánimo necesario para componer su última empresa intelectual: unas memorias que dejarán testimonio del mundo que está a punto de morir con él. Antes del desenlace, Villalonga nos regala múltiples muestras de su talento para la ambientación política (impecablemente captado el entorno de incertidumbres de la Europa posterior a Napoleón e inmediatamente anterior a los totalitarismos) y espacial, con las estampas de los viajes a París, donde la nunca confesada pasión de Juan Mayor por Xima alcanza extremos patológicos y Roma, donde Don Antonio conversa con uno de los pocos papas a los que realmente puede respetar por su perfil intelectual. Es la antesala del desenlace trágico... que aquí no os revelo y que sólo tiene quizá la única pega de la obra sea que el autor quizá saca juego de un elemento sugerente (todo el enigma relativo en torno a la "sala de muñecas")respecto al que el lector se había creado más expectativas. Pero ni eso es un problema: por suerte Merçé Rodoreda completó admirablemente el trabajo en su relato de homenaje a Villalonga, una pieza maestra de la literatura de misterio.

HERTA MULLER "En tierras bajas"

3 comentarios



Este libro de la última premio Nobel, el primero publicado en España por la editorial Siruela (y convenientemente reeditado, claro está), compone un estremecedor cuadro de estampas sobre las duras condiciones de vida de los suabos, alemanes emigrados a Rumanía tras la II Guerra Mundial sometidos a la precariedad económica y el desprecio social por pertenecer al país de los verdugos europeos por excelencia. El centro del libro lo compone el titular En tierras bajas, una larga (quizá demasiado) evocación de sus años de infancia en la crudeza de su entorno rural. No es un relato, más bien una yuxtaposición de escenas de intenso lirismo, a la manera de las Historias naturales de Renard, pero volcadas a la perturbación y el desgarro. Entre la capacidad de fabulación y la mirada “creadora” del niño sobre la naturaleza, van asomando las lacras de una vida en la que preside la más absoluta sordidez. Ahí están las terribles escenas de atrocidad con  los animales, que van creando en la niña desprecio por sus mayores y un aprendizaje inevitable de la violencia y unas relaciones humanas necesariamente ásperas (la educación basada en la represión ,la superstición absurda y la violencia gratuita) a causa de la intensa infelicidad (atención al drama humano de la madre de la autora, amargada por su marido alcohólico) de todos. Elementos similares repuntan en los otros textos más breves: El baño suabo no puede ser más elocuente en la representación de la miseria de esta clase social a partir de una escena cotidiana muy reveladora (la familia que se ve obligada a asearse en una misma bañera), Mi familia refleja el peso de la maledicencia y los prejuicios morales, La oración fúnebre retoma el drama de la madre y, a partir del funeral de su padre (también magníficamente descrito en Tango opresivo), el sentimiento de culpa por tener un progenitor que ha participado de la violencia nazi (el padre de Muller fue oficial de las SS), Papá, mamá y el pequeño afrontan la sórdidez doméstica y la inconsistencia de los lazos afectivos entre la familia, La crencha alemana y el bigote alemán tienen un aire fantasmagórico a lo Rulfo, con ese protagonista que vuelve a una aldea natal donde nadie, ni su propio padre, lo reconoce ya y un denso aire de irrealidad lo inunda todo. Por su parte, Crónica de un pueblo, es el correlato del relato titular, como reflejo del mundo rural pero esta vez desde una perspectiva de objetivismo descriptivo en el que se han abolido los desgarros
biográficos. La indefinición genérica, característica de toda la obra, se agudiza en Barrenderos o El parque negro, que directamente se podrían considerar poemas en prosa. Tras lo tibia que, al menos apariencia, parece la obra de Le Clezio, un Nobel para una autora intensa, expresiva y valiente y un libro que es imprescindible complementar con sus novelas sobre la opresión del régimen comunista de Ceacescu. 

CECILIA QUÍLEZ: "Vísteme de largo"

0 comentarios



La cuarta y más reciente entrega de la poeta gaditana Cecilia Quílez se convierte, casi desde su inicio, en un libro memorable por ser uno de los pocos en la última poesía española en que la imaginería, el uso decidido de la irracionalidad con un punto voluntaria o involuntariamente críptico no consigue crear sólo un efecto de originalidad sino no ir en detrimento de una emoción que se impone con auténtica convicción dramática. Como hacían Alejandra Pizarnik, Anne Sexton o Sylvia Plath, autoras a las que el libro (y no es exageración) epata no sólo en uno o varios momentos puntuales sino en muchos. El poema inicial, Lo que hay detrás de una mujer… sirve de perfecta introducción al tono del libro con su advertencia sobre la incapacidad de huir de la vulnerabilidad con el referente simbólico del “vestido” como todas las “armas” humanas y afectivas con que intenta afrontarse un dolor que al final no puede reconocerse sino como la esencialidad de uno mismo (Lo que hay detrás de mí/es una mujer./Escribe sobre la inercia de la piel/Y sí, está desnuda). A partir de aquí, Silencio sostenido afronta el tema de la identidad personal y poética con una capacidad de perturbación lograda dando un giro dramático una imaginería poética tradicionalmente idealista (la mariposa, el ángel), con ciertos matices apocalípticos (Si digo la verdad/se acabará el mundo/alguien me dijo que estaba en lo cierto./Alguien dijo adiós) y la honestidad en reconocer la indefinición y el desnortamiento personal (Ni dama, ni niña, ni poeta/ni rara aleación de lo correcto/al fondo, en el fondo de mis fuerzas/me dejo ir arrastrada por el frío). Dilación del desnudo reserva el éxtasis erótico  (además de seguir girando obsesivamente sobre la necesidad de “nombrarse” en poemas brillantes como “Sí, soy pañuelo de seda…”), retratado como una visceralidad que, aun naciendo de la indefensión y la carencia de afecto (Necesito  que me veles cada noche/en mi blanco ataúd de hábitos y zarzas./Cada mañana para honrarme/con guirnaldas sencillas de tu huerto), acaba paradójicamente convertida en violencia en la que acecha no sólo la propia destrucción de los amantes sino la misma desmembración del lenguaje (Te amo como a las palabras que no se dicen/las que tampoco hacen falta./Soldadito de plomo que un día soñó/dar patadas al silencio), violencia que no evita cierta ingenuidad (maravillosa) sobre el amor como fuerza regeneradora de todo la realidad que se ha definido como sufrimiento (Sujeto tu cráneo./Quiero volverte a nacer/desde la contracción/donde se obra el deseo). La sección final, Vísteme de largo, aun teniendo quizá una visión de lo erótico más “hímnica”, de tono más vitalista y celebrativo (en poemas estupendos como “Estoy aquí a medias…”, “La noche que tiene que ver con lo bendito…”) que en los textos anteriores, redondea la sensación de incertidumbre que sugiere todo el libro con la irrupción de lo elegíaco y lo existencial, en tonos más sobrios pero que no evitan cierta angustia que afrontan el amor y el tiempo como pérdidas simultáneas y decididamente sangrantes aunque se dejen escapar de forma opaca e inadvertida (ahí está el “sufrimiento amortiguado” de “Mientras llegue diciembre…” y especialmente  de“La edad que aún no tengo…”), preludios perfectos para un poema final en que,  tras el largo itinerario de búsqueda de consuelos e identidad personal que ha ido trazando el libro, finalmente parece asumirse (Aleixandre dixit) que no hay efusión amorosa que no implique recavar en la nada: anónimo hombre,/vengo a morir de pie contigo/en el alud incomensurable de la madrugada.